Prólogo por Andrés Ruffini*

 



Las cosas que nunca dijimos aparecen todas juntas.

La verdad oculta ya no me persigue.

Esta noche nos dijimos cosas que nunca se hablaron.

Este tipo de entendimientos me hace libre.


Elton John**





Un cuerpo de veinticinco cuentos escritos desde un impulso militante. De eso se trata Nueces y Refugios. Pero sucede que no es una militancia clásica, la de las organizaciones, la de los movimientos; sino más bien de una militancia cotidiana, de ponerle el lomo a la existencia desde el lugar que a cada uno le es propio. Podría tratarse de un puñado de cuentos que pasan por la narrativa casi sin hacer ruido. Pero no. Estos pisan fuerte porque el amor es el motor que moviliza el deseo de quien se ha hecho eco de estas historias, de quien las vio nacer y las crio.

Por los ribetes de estas historias, tan cotidianas, que parecen sacadas de nuestra propia carne, se atraviesan un sinfín de hilos que conforman las redes de nuestro ser. Y al hablar del ser, necesariamente hablo de nuestra dimensión ontológica, de existencia. Es en esta dimensión donde los cuentos que aquí se presentan cobran la importancia que merecen para el puto porteño, para el provinciano, para el sureño y el norteño, para el de oriente y occidente. Para los gays que a fuerza de violencias nos movemos como hormigas rosadas a lo largo y a lo ancho de Argentina y de Latinoamérica. Menciono esto y dejo en total evidencia el manifiesto político de estos textos que pujan por el entendimiento y por la unidad latinoamericana, la ansiada y ansiosa Patria Grande que, aunque algunos no sepan, nos es desmesuradamente propia. 

En este existir marica que narra la pluma caprichosa de Diego Tedeschi Loisa se juega una conjunción de temporalidades que se ancla en nuestras propias vivencias, cualesquiera que estas sean. Hoy, en la sociedad de la instantaneidad y de la posverdad, la trascendencia de las nuevas tecnologías y el uso que se hace de ellas resulta fundante. Digo fundante porque establece las reglas de una nueva forma de arraigar lo vincular, de dinamizar la intersubjetividad para volver a lanzarla, pero siempre bajo el panóptico de lo establecido, del valor hegemónico de turno. Bien sabemos que, en nuestro universo gay, los mandatos estuvieron y están a la orden del día. Por eso este cuerpo de cuentos hace una suerte de denuncia de todo aquello que fue, que es y que podrá ser.

Cuerpo y corporalidad, una alianza de doble hélice un tanto peligrosa, que se cuela en el subtexto con ímpetu político. Reivindico que no somos cuerpos, que no somos un mero sistema biológico tirado en la faz de un planeta, sino que somos corporalidad intensa, la manifestación de esa interacción social, cultural, política, económica y de raigambre intersubjetiva, que nos permite leernos los unos con los otros y así vivir. Caminar el mundo, el más cercano, que es el nuestro, para transformarlo. Aquí la corporalidad es denuncia, se sale de la comodidad hegemónica para inmiscuirse en otras aristas que no son la regla y que necesariamente recuperan lo simple, lo sencillo, lo auténtico, lo perdurable. 

Todo empieza con la música y con las miradas, la gran constante de esta relatoría marica. Las grandes pasiones del autor, posiblemente. Pero qué interesante eje para que el azar retorne con su fuerza conquistadora a regir un poco nuestra vida obsesionada con las agendas, con el control y con la pauta. No jugar a lo seguro. Arriesgarlo y arriesgarse a que una mirada en un tren nos lleve puestos y nos arrebate un jirón de nuestro corazón. No solo de corazones estamos hechos, sino de cuerpo y de mente, de sentimientos, de tiempos y de espacios. Por eso la nostalgia y la melancolía serán moneda corriente en una vejez desvalorizada, que Diego reflota para volverla tema de debate. Para dignificar las canas y las arrugas, porque hablan de un pasado, de un ancestro. 

En esa vejez es cuando, quizás con más tiempo para recuperar la memoria, recordaremos la gran condición de nuestro andar militante: la clandestinidad. Sé y sabemos de lo oculto porque hemos permanecido más de la mitad de nuestra existencia en los confines de la oscuridad y de los placares. Acá entendemos, también, que aún pisa fuerte en nuestras identidades, como un virus mandatario que se interpone entre el deseo propio y las voces ajenas. También de esto dan cuenta los textos de Diego, porque si oímos las voces ajenas más que la propia, es porque el miedo ha calado hondo en nuestra progresista sociedad. 

Es hora de replantearse el amor. Comprender que la magia existe y está más viva que nunca en cada palabra que hablamos, en cada gesto que hacemos, en cada paso que damos. La magia es el gran componente de nuestra existencia y los cuentos que prosiguen son un fiel reflejo de ello. Magia, fantasía y, claro, los sueños. Sin ellos nada de esto tendría sentido. Porque si no soñamos entonces jamás podremos vivir un amor jujeño en las entrañas de la Túpac Amaru y luego despotricar contra la distancia geográfica que impone nuestra elección citadina. 

Creo que este libro es básicamente un manifiesto para arriesgarse. Para jugársela de una vez por todas y para romper con las opresiones (aun en aquellas oportunidades donde seamos los opresores y no los oprimidos), para desentrañar el orden establecido y para encontrar la voz propia. Despojarse de la ajenidad para encontrar lo propio y hacer lo propio. El camino no será fácil, la violencia será el mayor enemigo a vencer, incluso en los confines de nuestros putos vínculos. 

Bueno, nadie dijo que sería fácil, de hecho. Pero asumamos el compromiso que supone esta textualidad. Asumamos nuestros estigmas, puestos aquí como heridas sangrantes y dolorosas. Pensemos y pensémonos en función de nuestros refugios y vendavales. Los temas están: está el VIH, está el trabajo sexual y el maremoto de prejuicios que hemos fortalecido históricamente, está el fetiche y la obsesión, está el sexo exprés y la fascinación por lo desconocido. Por eso digo que Diego habla, en todo momento, de él y de nosotros. Habla de nuestras historias, de nuestro compromiso militante y de nuestra existencia existente contra viento y marea. Habla de amor y desamor, habla sobre dejar ir y dejar irse. Habla de recordar. De no olvidar. Habla de reencuentro. Invita al abrazo entre pares. 

Nueces y Refugios es eso. Una invitación a salirse del griterío ajeno. 



Andrés Ruffini




* Licenciado en Relaciones Públicas e Institucionales,

escritor y militante LGBT+.


** La estrofa fue grabada por Elton John y es autoría de Bernie Taupin

(autor del 90 % de las canciones del astro pop).






Foto de Andrés by Walter Brizuela

Foto de los dos by Andrés Ruffini


No hay comentarios:

Publicar un comentario