Introducción


Esta afirmación de la dignidad

que nos dignifica todo

nace del coraje de ser diferente.


Eduardo Galeano




¡Ya he tenido bastante como icono gay!

Tengo tanto trabajo desde que salí del armario.

No paro de recibir papeles y mi carrera se ha despegado.

Estoy pensando en volver al armario,

pero no puedo porque está lleno con otros actores.


Ian McKellen




En un beso sabrás

todo lo que he callado.



Pablo Neruda 






Este libro se presentó el viernes 20 de octubre de 2017 en En Terapia resto bar cultural, del barrio de Balvanera, Ciudad de Buenos Aires (link presentación: http://bit.ly/NuecesyRefugios).

Este es mi segundo libros de cuentos y está dedicado a:

La memoria de Luis Iglesias, Carlos Trimarco, Tito Cebrelli, Aníbal Biyú García,

Oscar Vitelleschi, Carlos Jáuregui y Ángel Mijares, putos queridos, maricas hermosas.


Para aquellos gays que se animaron a ser, para aquellos que se aventuraron por la lucha de derechos, de justicia, por aquellos que mantienen la memoria, por aquellos hermosos seres que deslumbraron y deslumbran mi andar,

y que entendieron y entienden que es posible la igualdad real y la diversidad.

Para las maricas de cada punto perdido del país, de la región, del planeta,

que sienten que están solos. No lo están.


Para lxs compañerxs lesbianas, bisexuales y trans que cada día quieren construir un mundo más igualitario y no bajan los brazos porque saben que, como dicen Las Madres de Plaza de Mayo, “La única lucha que se pierde es la que se abandona”.


Para los inmensos amores que son un mágico recuerdo de mi vida,

a quienes les regalé mi pasión y mi locura, mis torpezas y defectos,

mi gloria y mi caos, y dejaron de actuar para darme amor.





Intro

Fueron caminos que se me dieron

y que no busqué.


Ilse Fuskova




"Yo tenía un amigo que de pequeño tenía un talento extraordinario para el piano, pero el padre se opuso por aquello de que el arte es cosa de afeminados. Hoy mi amigo tiene 60 años, es maricón y no sabe tocar el piano", le dice Diego a David en Fresa y chocolate. Me hizo ruido, tanto como que me llamo Diego y me hubieran llamado David. Nombres cercanos entrelazados en una frase de película. Ser o no serlo. Como el descaro de Pepito cuando se lanzó con su actuación en el Congreso de la Nación para acompañar la lucha de las organizaciones LGBT+, con el fin de lograr la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario, en 2010, y gritó: “¡Habla marica! Marica… habla. ¡Habla marica!”. Aquellas palabras, escritas para un unipersonal, basado en el último instante de vida de Federico García Lorca frente a su verdugo, fueron un impulso más de cada pétalo de luz que tantas personas militantes por los derechos humanos y LGBT+ arrojaron al jardín de la igualdad. Pienso en “puto”, también, esa urticante y por momentos hiriente frase que tantas veces sonó y suena, pero que nos apropiamos como un estandarte de “no me importa lo que digás. Soy lo que soy”. Por ese entonces, Cibrián fue a la TV y habló de adopción para parejas del mismo sexo. “Calle o Pepe” fue una frase que a modo de loop se repitió para contar que era mejor adoptar a alguien para que viviera con él y con Santiago, su pareja, y no que esté en la calle, entre la marginalidad, los atropellos y las vejaciones que ya sabemos se dan cotidianamente.

Descubrí a Pepe Cibrián Campoy a través de las canciones de Sandra Mihanovich. “Por qué”, “Sola en mí” y “A vos ciudad”, por citar tres, fueron mi parte musical en mi proceso de visibilidad. La música me ayudaba a construirme. Por qué, me preguntaba por qué no podía decidirme a desatar tempestades y que todo esté vuelto al revés, por qué no me animaba a buscar un rincón de besos, un “te quiero”, por qué no pensar en alguien con toda la fuerza en mis entrañas, con toda el ansia de alguna noche y con los amores para sonreír madrugadas. Esas canciones fueron versos que me abrieron a un mundo singular porque estaba atrapado de deseos escondidos.

No tenía mucha idea de quién era Batato Barea hasta que lo descubrí junto con Urdapilleta y Tortonese, vaya a saber cómo y dónde, pero fue seguro en una charla de esas noches de adoquines sentado en el cordón a la espera del bondi. Lo cierto es que antes de verlos en un escenario con Sandra & Celeste, me lo crucé a Batato en el colectivo 99. Luego de mirarlo tanto, porque estaba seguro que era Batato, me bajé una parada antes, en la misma que se bajó. En el colectivo lo miraban, porque no era hombre ni mujer, se transformaba. Lo miraba también y, por esa razón, me bajé con Batato porque necesitaba que supiera que lo conocía, que era gay, aunque no se lo dijera –de hecho, era mi adolescencia vivida en silencio. Era la cuadra donde estaba el boliche Angel’s, que tiempo después sería el primer lugar al que me animé a entrar, frente a la morgue. Al bajar, le dije: “Disculpame, sos Batato”, y sin respiro le pedí que me escribiera algo en una pequeñísima agenda que tenía encima. “¿Qué te pongo?”. “Algo relacionado con el viaje”. “Para un pasajero del 99”, estampó, antes de su cariñoso “con afecto” y su firma/nombre. Nos dimos un abrazo-beso, y ya no lo vi más hasta que Sandra y Celeste fueron a la escuela en una serie de shows en vacaciones de invierno del 91, un año antes de mi visibilización completa. Poco después, salió “Solas en los bares”, y la historia que cantaba (canta) Hilda Lizarazu me llevaba (lleva) siempre a Batato. Esa canción la sigo asociando a Batato cada vez que la escucho, que es con cierta frecuencia, porque está entre mi playlist de cien canciones en voces femeninas de la música nacional.

“¿Qué más peligroso para el poder necio que aquellos que piensan? Marica soy yo, marica sos vos, marica somos todos aquellos que apostamos al amor”, leí que escribió Pepito en algún lugar, y hablar de él o de Batato, de Tortonese, de Urdapilleta, es hablar de las canciones de Sandra, de lugares como Morocco, El Dorado, Angel’s y Bach Bar, pasar por el Grupo Nexo, la revista NX y Gays DC, una etapa de desarrollo vertiginoso en mi formación y en mi sexualidad. Es pensar en Luis y en Carlos, los dos amigos de mi papá, compañeros en el Teatro Colón, o de Julito, el socio de los jefes de mi mamá en el Gran Hotel San Carlos. Es viajar en el tiempo a las canciones de Sandra, de Celeste Carballo, de Marilina Ross, de no tengo que dar excusas por eso, de saberme real en un mundo difuso, esa deconstrucción de mi vida pasada, cual personaje en la película Los secretos de Harry, para sentirme construido en esta vida de presente continuo. Es pensarlos, aquellos maricas con los que me topé, aquellos que se llamaban maricas tan felizmente como yo aprendí a llamarme puto. “Todo se construye y se destruye tan rápidamente que no puedo dejar de sonreír”, escribió, grabó y cantó Charly García. Fui parte de esta religión que tiene mucho de espiritualidad, de militancia, de provocación, y poco de adoración, que abrió caminos y laberintos por puentes invisibles hacia mi ser, ese que pregona Marilina y por el que navega vela al viento nuestra libertad de amarnos contra todo, a pesar de tiempos y de distancias. Aquellos maricas como Luis y Carlos, tempranas figuras de orgullo de ser, me dieron una luz de esperanza cuando sabía que sería un camino de muchas espinas y de piedras en llamas.

Ser gay fue una complicada autopista de sabores y de desilusiones, de aromas y de algunos perfumes falsos y baratos. Fue ese secreto mejor guardado hasta que una luz disparó la estocada: “Ser feliz o morir”. Y ahora miro atrás un poco y hace tanto que pasó. El tiempo pasó… el implacable, que muchas veces nos regala un sol que nos permite ser mejores, construirnos de una manera distinta y atravesar tempestades ya sin temor. Y aunque siempre fui libre e hice cosas que solo puedo vestir en cuentos y en poemas –a mi adolescencia la viví en silencio porque el amor era un sueño que escondía con miedo y el futuro el milagro que me sacó del secreto–, sé, supe entonces, que esa definición entre rayas, que compuso y cantó Celeste, me dio más energías para emprender el proceso de visibilizarme. No importa el tiempo, importa transitarlo y hacerlo alguna vez. Lejos quedó mi Reading o ese batallón de mariquillas de soldados que han venido a mariquillearme con cien maricas plomizos de pólvoras los maricas, y de maricas sus tiros. Maricas que han mancillado las falanges de Alejandro usándolas como símbolo sin saber que era un marica. Y matan como maricas al amor por pervertido, y ciegan los ojos niños y así no verán maricas. Maricas que me marican por mariquear fantasías que tildan de mariconas por no encontrarles sentido. Pelotones mariquitas que destrozan... ¡maricones! el corazón de este hombre con dignidad de marica, que cita Pepito, porque ya no enfrentaría fusilamientos, sino resurrecciones fénix.

Nueces en las fiestas. Refugios en el abrazo. Nueces y Refugios. Aquellas nueces para el amor que se visten en Mucho ruidos y pocas nueces (Much ado about nothing) de William Shakespeare –nada más alejado en la traducción y el significado de la comedia del dramaturgo– reflejan aquí la estridencia que cuenta la leyenda de las nueces haciendo mucho ruido en el ingreso a Amiens. Los refugios son para el amor, y no ese refugio que se desprende del cobijo entre dos seres que se aman, sino de hogar. Es más que el “Gimme shelter” que propone la canción. Es ese calor de pertenencia que se trasluce en la película Shelter. Estas nueces y estos refugios se entrelazan en veinticinco cuentos con historias gays, que suenan lindas en un día de lluvia. La lluvia como eslabón perfecto para estar entrelazado con alguien que proponga nueces para el amor y refugios de hogar. Ficciones de historias olfateadas, escuchadas, perdidas en mi inconsciente colectivo, donde es necesario contar de nuevo una vez más.

En este camino de derechos conquistados, pienso en aquellos que tuvieron que atravesar abismos, oscuridades, aislamientos. Luis y Carlos, que lo vivían con una naturalidad exquisita y que seguramente tuvieron sus espinas y llamas. Wilde, que escribió en De profundis que había hecho del arte una filosofía y de la filosofía un arte, y que ninguno de sus actos ni de sus palabras dejaron (ni dejan) de asombrar a la gente. Desde mi abismo, pude ver la luz en numerosas maricas que se animaron a ser lo que eran, en putos que se jugaron a pesar del dedo señalador, de la burla, de la opresión, de la permanente agresión. Fueron Carlos y Luis, fueron Jáuregui y Vitelleschi, Pedro y Biyú, Luisito y los tantos anónimos que admiraba y jamás les hubiera hablado de lo mío, García Lorca y Wilde, Milk, Zerolo y Lemebel, Perlongher, Peña y Puig. La alegría que ganamos hoy no es la que siempre nos acompañó, si no Federico no hubiera gritado que el pelotón tirara a su centro marica que dio a luz obras maricas y que su sangre reproduzca marica flores de colores nuevos que las verán mis maricas.

#NueceSyRefugioS. 25 cuentos gays para un día de lluvia puede ser una noche de plena luna creciente, un viaje en tren hacia un no lugar, una tarde de tortas fritas y de café negro a orillas de un mar nublado, los médanos perdidos de alguna playa de ocasión, el futón del living al calor del fuego, tirados en la alfombra, el parque con un mate amargo de compañía, o simplemente estar recostado sobre el pecho de alguien que lee con mucha calidez alguna de las páginas de este libro. El nacimiento de quien lee se paga con la muerte de quien escribe, sí Barthes, ese es mi deseo: que cada lectura se pague con mi muerte, que pueda tener muchas muertes, que cada lectora y cada lector se apropien de estas historias. Cuántas veces tendré que morir para ser siempre yo, sí Charly, lo sé: múltiples… Así que por eso brindo: por múltiples muertes para la multiplicación de lecturas. Y ahí sí, ya podré darme por feliz. Así es, querido compañero Carlos Jáuregui, ya no hay muerte que nos venza. Nunca.


Diego TL

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